Y te decía que ésta mañana también estaba dispuesta a saltarme las reglas, a que me cantaras el "quedarme un ratito aquí… contigo”. Y tú no estabas allí. Te confieso que quería encontrarte y hurgar en tus rincones y comprobar si todavía quedaba algo de mí, de otro tiempo, entre tu hígado y tus pulmones. Tropecé con un par en ruinas y dos esqueletos, el tuyo y el mío, que muertos de frío se hablan en silencio y se empujan en la ausencia de palabras al oído y gemidos a olvidarse.
Todavía tengo señales e indicios de que por aquella época no tan remota te reconocía… Al final me gustó tu confianza, tu tacto, la mano experta que siempre avalaba a meter el hilo por el ojal. Resultabas todo un descubrimiento porque olías a agua, a fuerza, a vida... Había días en los que te envidiaba porque la vida te había dado guitarra y agallas para ser tan jodidamente alternativo al resto; no podía ser de otra forma, si siempre me enseñaste a hablar de los problemas.
Tengo cicatrices que no cierran y que por
cautela no van a cerrar nunca para recordarme siempre que por mucho que quiera
no dejarán de ser tuyas; y les va a crecer carne encima y se deformarán y
parecerán apenas un rasguño, pero por dentro seguirán cargadas de quistes.
Heridas que cuestan de sanar y cicatrices que sirven de recordatorio... conozco muy bien esa sensación. Pero, a pesar de todo, hay que pasar página y ser felices :)
ResponderEliminarUn abrazo y pásate cuando quieras :3
Wao. Tranquila corazón, las heridas siempre cierran. Pero necesitan mucho de tu parte, para darte cuenta que la vida siempre sigue y que siempre habrán días buenos en medio de todos esos días malos.
ResponderEliminarEspero que te encuentres mejor.
Besitos<3