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Cielo parcialmente nublado; afuera no sé.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Eleanor y Park


-Estoy atrapada en mi propia piel -lo corrigió Eleanor-. Además, ¿por qué hablamos de mí? Estábamos hablando de ti.
-Prefiero hablar de ti -dijo Park
.






 Por qué quieres hablar de esto?
—Porque... es tu vida. Porque me interesa. Pones un montón de barreras absurdas, como si solo me dejaras acceder a una pequeña parte de ti.


 






 

—No te estoy pidiendo que te cases conmigo —le explicó él—. Lo que digo es que... te quiero. Y no me imagino un final....

  

—No hay razón para pensar que un día dejaremos de querernos —insistió—. Y muchas para pensar que seguiremos juntos.   —Ni siquiera pronuncies su nombre —dijo—. Ella no es nada y tú lo eres… todo. Lo eres todo para mí, Eleanor. 
Volvió a besarla. Eleanor abrió los labios
.

 
 

—¿Dónde estás ahora? 
—¿En qué parte de la casa? 
—Sí, dónde.
—¿Por qué? —preguntó Eleanor, en un tono que no llegaba a ser desdeñoso, pero casi.
—Porque estoy pensando en ti —repuso él, exasperado.
—¿Y?
—Porque quiero tener la sensación de que estoy contigo —aclaró Park—.


 

Con Park, no hay nada de qué avergonzarse. Nada es sucio. Porque Park es el sol, y no se le ocurría mejor modo de explicarlo. La primera vez que le cogió la mano, se sintió tan bien que todo lo malo se esfumó. La caricia fue más fuerte que cualquier herida.






La felicidad olía igual que la casa de Park.

El mundo se reconstruía a su alrededor para convertirse en un lugar mejor.

 


El sol asomaba ya por el horizonte y el interior de la camioneta se teñía de un rosa azulado. Eleanor besó el semblante nuevo de Park... justo debajo del ojo, no del todo en la nariz. Él se revolvió, y hasta la última fibra de su cuerpo se apretujó contra ella. Eleanor le acarició la nariz y la frente, le besó los párpados.
Las pestañas de Park aletearon. (Solo las pestañas hacen eso. Y las mariposas.) Sus brazos cobraron vida en torno al cuerpo de ella.
—Eleanor —suspiró.
Eleanor tomó entre las manos el precioso rostro de Park y lo besó como si hubiera llegado el fin del mundo. 
  
Solo hay uno como él, pensó, y está aquí. 
Él sabe si me gustará una canción antes de que la haya oído. Se ríe de mis chistes antes de que haya terminado de contarlos. Hay un lugar en su pecho, justo debajo de su cuello, que hace que quiera cumplir las promesas que le hago. 
Solo hay uno como él
.



¿Qué posibilidades hay de conocer a alguien que te inspire esos sentimientos?, se preguntó Park. ¿Una persona a la que amar por siempre, alguien que te quiera por toda la eternidad? ¿Y qué haces si esa persona ha nacido a medio mundo de distancia?

Park tendría que guardar aquel beso para siempre.
Aquel beso lo guiaría de vuelta a casa. 
Tendría que evocarlo cuando se despertara asustado en mitad de la noche.

 
—Todo irá bien —le aseguró Park. 
Eleanor asintió.
—Claro.
—Porque te quiero. 

Ella se rio.
—¿Por eso irá todo bien? 
—Pues sí, la verdad es que sí.





Estaba bastante segura de que le había dado las gracias por haberle salvado la vida. No solo la noche anterior sino, bueno, casi cada día desde que se conocían. Y eso le hacía sentir la chica más patética del mundo. Si no eres capaz de salvarte a ti mismo, ¿acaso tu vida vale la pena?
No existe el príncipe azul, se dijo.
No existen los finales felices. 
Alzó la vista para mirar a Park. A esos ojos de un verde dorado.
Me has salvado la vida, intentó decirle. No para toda la eternidad. Seguramente solo de manera temporal. Pero me has salvado la vida y ahora soy tuya. La persona que soy aquí y ahora es tuya. Para siempre.

—No sé cómo despedirme de ti —dijo Eleanor. 
Park le apartó el cabello de la cara. Nunca la había visto tan pálida. 
—Pues no lo hagas. 
—Pero tengo que irme... 
—Pues vete —repuso Park, ahora con la cara de Eleanor entre las manos—, pero no te despidas. No es un adiós.
—Dame un beso de despedida. Solo eso —susurró.
Solo por hoy, pensó él, no para siempre
.



—Te quiero —dijo Park para sí. O quizás en voz alta.   

Ella ya no podía oírle.
 


 
 
Ya no intentaba evocar su recuerdo.
Ella volvía cuando le apetecía, en sueños, en mentiras y en sensaciones vagas de algo ya vivido.

A lo mejor, pensó Park. A lo mejor por eso estoy aquí.

«Nada termina nunca».

 
 





No estoy lista para que dejes de ser mi problema.

(Con el corazón vuelto loco).